Tengo un bló

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Tmeo, la mejor revista de humor

martes, 18 de octubre de 2016

Patrullero patriota

Hacía un calor de mil demonios aquella tarde en Texas. El voluntario paramilitar Wayne Kowalsky no paraba de sudar y su color a gamba cocida se acentuaba a pesar de llevar encasquetado su gorro de cow-boy sobre su sesera afeitada. Kowalsky estaba en la treintena echada a perder por el alcohol y la comida "aquí te pillo, aquí te jalo" que se vendía a lo largo de la carretera en alegres y coloridos establecimientos santuarios del colesterol.

Se incorporaría al servicio de patrullar el imponente muro para evitar que los morenitos latinoamericanos se colaran en su país. Hombrecitos escuálidos y bajitos que no sabían una palabra de inglés no hacían más que intentar invadir su país y esa morralla sobraba. Kowalsky era un orgulloso americano, un patriota.

Patrulla de frontera

Kowalsky, americano desde hacía dos generaciones. Su abuelo había huido de Polonia a tiempo. Tomó un barco en los años de entreguerras para ir a EEUU. Otro sucio inmigrante que, después de mucho probar, encontró empleo en una cuadrilla de albañiles. Wayne apenas recordaba a su abuelo, ese señor que hablaba un inglés tan limitado y pobre que consiguió salir adelante con muchas dificultades.

La patrulla de Kowalsky

Wayne Kowalsky era duro, como su padre, Leopold junior, el hijo del albañil polaco, que se enroló en el ejército de ese gran país al que idolatraba y se fue a pegar tiros a Vietnam. Siempre alerta ante las invasiones extranjeras hacia EEUU, fundamentalmente, de los comunistas, los soldaditos yankees no aguantaron la espera y se fueron ellos mismos a invadir un país al sudeste asiático. De allí volvió Leopold jr. con el grado de sargento y el orgullo yankee intacto para inculcárselo a sus futuros hijos norteamericanos de apellido polaco.

Y Wayne allí estaba, heredero de una familia de emigrantes que se creía superior a esos latinos de mierda, como llamaba D'allessio, su colega de armas, a los pobres diablos que se jugaban la vida para saltar aquella valla. Jonathan D'allessio, orgulloso italoamericano, biznieto del calabrés que puso el pie en tierra americana hacía apenas cien años, escupía y llamaba sucios latinos a los pobres que caían es sus manos sin sospechar, porque eso no se lo dijeron en su colegio, que el término latino deriva de la provincia italiana del Lazio, capital Roma.

Buena caza hoy

Y ahí estaban, dos blancos yankees, descencientes de rebotados europeos, expulsados por el hambre y la necesidad, defendiendo armados su frontera de esos indefensos expulsados de sus lugares de origen por el hambre y la necesidad. ¡Menuda diferencia con sus abuelos! Esa misma discursión tenían una y otra vez con el policía que les tenía que parar los pies cada vez que se extralimitaban. ¡Ese jodido Martínez! Seguro que su padre había tenido más suerte cruzando la frontera y ahora era otro mexicanito con pasaporte.

Peligrosos delincuentes...los de uniforme, digo.

Cualquiera explicaba a estos orgullosos americanos que el oficial Michael Martínez era un miembro de una familia que residía en Texas desde antes de que Texas existiera. Eso sí, en los años veinte, a su abuela, aún siendo de Texas de toda la vida, por culpa de una redada callejera, la metieron en un furgón y la soltaron en Ciudad Juárez. Le costó tres meses volver a la casa de su familia.

Y Wayne se reunió con su patrulla de orgullosos patriotas americanos, todos felices y contentos de ser ciudadanos de pleno derecho del estado de la estrella solitaria. Kowalsky, D'allessio, O'Shaugnessy, Smith, Sorensen y Beckman. Sólo uno de ellos pertenecía a una familia que llevaba más de cien años en el país, y no por gusto. Smith era afroamericano y a sus descendientes los trajeron como esclavos a trabajar al sur. Los años de la segregación, dicen, habían pasado, aunque algo en su corazón de exmarine le aseguraba que no. Smith, militar por necesidad, se apuntó al salir del instituto, quizá para no acabar en una banda juvenil, el adoctrinamiento lo había transformado en un convencido votante republicano. Esta era la patrulla: el polaco, el italiano, la irlandesa, el africano, el noruego y el alemán. Todos ellos profundos americanos desde anteayer, descendientes de los miserables que huyeron del hambre, o fueron obligados.  Estos seis patrulleros de la valla texana harían su ronda para preservar su patria de inmigrantes que no quiere nadie.

1 comentario:

Emilio Manuel dijo...

Seguro que si preguntas los lugares de procedencia de sus abuelos, ni los saben ubicar en el mapa, la américa profunda.

Saludos