Tengo un bló

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Tmeo, la mejor revista de humor

lunes, 24 de abril de 2017

Día del libro

Sant Jordi en domingo. Eso significa día muy, pero que muy concurrido. Mucho más de lo habitual. Y vamos a Barcelona en grupo en el coche nuevo de la sobrina, pi, pi, pi. Cinco mujeres en un coche, un día radiante de primavera. Y aparecemos del subterráneo en el paseo de Gràcia, que para las once del mediodía, ya bulle de gentío. Mucho guiri mezclado con entusiastas del día tan querido de los catalanes, y, curiosamente laborable, por lo general. Los catalanes no saben sacarle provecho a los días de fiesta, sólo a los laborables.

Y, ya que estamos, subimos a ver la casa Batlló, a la que han llenado de rosas rojas de diseño y está siendo más retratada que la Gioconda en las escuelas de Bellas Artes.


Casa Batlló floreada. Estaba llena de gente haciéndose selfies

Y ya que estamos, subimos un tramo más del paseo para meternos en la Casa del Libro, porque la sobrina peque, a la que le apasiona la literatura fantástica, quiere un par de libros de Trudi Canavan, que no va a encontrar en los tenderetes callejeros. Mala idea la mía. La maldita Casa del Libro está a reventar (Seguro que alguien firma ejemplares) y hace un calor infernal dentro. Sólo consigue uno de los libros codiciados, pero es un triunfo.

Salimos de allí como podemos y bajamos hasta plaza de Catalunya. Las teles y las radios dan sus programas en directo. Todo es alegría y colorido. Ya es mediodía. Demasiado tarde para mirar cosas tranquila. Entre echar ojeadas rápidas a las mismas publicaciones que se repiten en cada parada, porque las editoriales fuertes así lo marcan, curiosear entre mesas de libro viejo, algunas asociaciones políticas de izquierda que ofrecen cosas un poco más atrayentes, y buscarnos insistentemente para no perdernos, decidimos, cuando ya estamos hasta las narices del bulle-bulle, pillar el metro más cercano, que es el del Liceu, y largarnos de una vez. Me hubiera gustado llegar al tramo más bajo de la Rambla, porque suele haber mesas con libros menos conocidos, pero infinitamente más interesantes que lo que publican los monstruos editoriales como pasto para borregos, pero, esta vez no será así.

En esta miniciudad de provincias, a primera hora de la tarde, aún nos da para curiosear un rato por el Paseo de Pere III. Más de lo mismo. Por el camino, a la altura del Instituto de Bachillerato, los adventistas del séptimo día (Por la tarde, hubiera añadido mi padre), han dejado un libro en una papelera a la que me he acercado para tirar un kleenex usado (Maldita alergia). Un libro para abrirnos los ojos a la fe de que Dios existe. Aún lo analizaré, y os lo colgaré un día de estos.

Sí, yo leo cosas minoritarias (Y lo que han dejado los Adventistas esos)

Cenando, ya en casa, la reportera de TV3 desde una Barcelona exhausta, pero feliz, viene a decir que la feria del libro de Barcelona enseña al mundo algo único. Desde luego, lo de Barcelona con los libros, es una fiesta auspiciada por la ingente cantidad de editoriales que radican en la ciudad condal, pero la feria del libro no es exclusiva de aquí, que se celebra en todo el mundo, coincidiendo con la muerte en tal día de Shakespeare y Cervantes. El ombliguismo burguesito de la reportera de TV3 me fastidia. Me fastidia tanto como el gran negocio de las grandes editoriales, que no hacen sino poner a la venta mediocridad y borreguez, escrita ¿seguro? por grandes nombres televisivos, sin dejar casi opción a otras cosas.


1 comentario:

Glo dijo...

Desde niño he venido visitando con anhelo las ferias de libros. Pero encontré los libros que me han acompañado toda la vida en librerías y bibliotecas de familiares. Después dejé de comprar y de leer en papel. Lo encontraba tiránico y carísimo. En el ordenador es fatigoso: para textos cortos. Y después, gracias a un comentario del guipuzcoano Juan Luis, volví al papel acudiendo a mi biblioteca municipal. Allí cualquier libro tiene calidad. Y si no te interesa, lo devuelves.

Las ferias de libros me ilusionan pero nunca me sirven. Me da pena tanto esfuerzo para una ingente producción de obras sin interés que un día compró todo el mundo sin saber que nos les intresarian: el lobo estepario de Hess, o Main Kampf, de Hitler, por ejemplo, están ahí año tras año.